Nada interesante en este capítulo. En seis meses solo he tenido una aventurilla sin detalles destacables. Y no porque no ha habido oportunidades sino que ya vengo prevenida sobre las relaciones del placer terrenal. Mutan sin darme cuenta en ataduras sentimentales y no hay quien se desprenda de ellas. A pesar de lo que profanan las leyendas urbanas sobre los hombres, la mayoría anda sedienta de las relaciones serias. Y no es mi caso. Además, la atracción intelectual ha brillado por su ausencia y es el rasgo definitivo para volverme loca.
De lo que quería hablar es del efecto de la abstinencia sobre mi pensamiento. O mejor dicho, la contaminación de mi pensamiento por el efecto de abstinencia. El cuerpo, acostumbrado a su regular dosis del placer durante los últimos 5 años, ha presentado varias quejas durante las primeras semanas. Y en vista de mi indiferencia, pasó al ataque activo. Todo mi ser se ha convertido en un enorme punto erógeno a merced de las hormonas y al alcance de cualquiera. Y eso último era lo más peligroso. Mi punto de vista ha pasado de los ojos a la parte baja del abdomen y el mundo se ha dividido en dos categorías, aptos y no aptos. Pero la razón ha hecho un buen trabajo haciéndome ver a tiempo el deseo disfrazado de amor, mi integridad ha sobrevivido.
Y cuando ya he pensado que la tormenta ha pasado y mi cuerpo me ha devuelto las riendas, mi sexualidad ha dado un giro inesperado cambiando del objetivo. Me gustan las mujeres. Sin excluir los hombres. Estoy igual de sorprendida que vosotros. He pasado de los ocasionales sueños eróticos a la realidad excitante del pezón erecto de una monja. Será otro delirio de mi vengativo cuerpo? O es la consecuencia lógica de la liberación intelectual y emocional de la mano del budismo? Sea lo que sea, estoy a favor.
Y el máster tibetano levanto la sotana respondiendo a la pregunta de su discípulo sobre el camino hacia la meditación más profunda.
Me gusta todo de esta entrada, el humor, la conclusión, la soltura y sinceridad para hablar de lo que la mayoría suele callar. La mayoría no sabe lo liberador que es decir esas cosas. Me acuerdo cuando en reuniones sociales contaba cosas de mí en las que sufría una situación terriblemente ridícula, y todos alucinaban de que cuando a ellos les ha pasado algo similar lo esconden como su secreto más bochornoso.
ResponderEliminarCuando aprendes a reirte de tus mayores demonios le pierdes el miedo a todo.
Por otro lado la secuencia de verte toda empitonada ante los pezones erectos de la monja resulta de lo más sugerente. ¿Vas a hacer fotos?.