sábado, 10 de abril de 2010

Pensamientos, a veces frívolos a veces pesados, caóticos o organizados, calcados o con denominación de origen, es un tráfico incesante que solo la propia mente sabe parar, sin contar la señora de negro, por supuesto.
La meditación se traduce para mí en una tortura de media hora de sufrimiento y resentimiento, con la mente inquieta azuzada por el dolor de espalda, piernas adormecidas y gotas de sudor resbalando sobre la piel pegajosa. Imagínese 33ºC, diez personas en una habitación sin ventanas, el nudo de las piernas inverosímil, la espalda todo lo recta que permiten años de la práctica de la anti postura y el del al lado crujiendo los dedos cada 5 min. Cada segundo que pasa el dolor avanza por tu cuerpo tomando posiciones, pulsante en las rodillas, sordo entre los omoplatos, trepando por los hombros sus dedos abrazan mi cuello con crueldad para luego volver a las rodillas y empezar de nuevo subiendo de intensidad. El tiempo toma una medición diferente, se alarga como una goma, segundas se escurren con una lentitud de cemento.
Ayer paso algo. Me acomode como siempre en mi puesto, anude las piernas y me prepare para sufrir. Coge aire, expulsa, coge, expulsa, coge expulsa. Y de repente la oscuridad me golpeo la mente con brutalidad de un ladrillo. Creo que hasta me caí un poco atrás. Y después nada, solo una conciencia muy pequeña dentro de un cuerpo-castillo inhabitado y frio. Y dentro de la oscuridad un a penas hilo de sonido que anuncia fin de clase. Respiro hondo y abro los ojos incrédula, la oscuridad también ha tragado el tiempo. The system was successfully restarted.

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