El horario del templo me hace levantarme a correr a las 5 de la mañana. Que coñazo pensareis. Es verdad, pero, superados los primeros minutos de la pereza, la sensación de la victoria de la mente sobre el cuerpo, de un cuerpo fuerte y vivo, de la potencia de las piernas transmitida a la carretera, del amanecer increíble del fondo dibuja la sonrisa en mi rostro y me empuja con ímpetu a superar mis marcas.
Y con sorpresa me doy cuenta que por algún truco de magia psicológica mi disfrute se transmite a la gente que se cruza conmigo. Sonrisas amplias se dibujan en sus rostros al ver una blanca española jadear con alegría por las mugrientas calles de su ciudad. El deporte nos hace iguales por un instante y disfruto regalándoles esa sensación, a pesar de ilusoria y pasajera.
Producir la felicidad sin la intención de hacerlo, solo viviendo con alegría y disfrutando de lo hacemos en cada momento, es la forma más fácil de altruismo. Ser feliz para hacer feliz.
La verdad es que esos sentimientos se contagian. Tanto los buenos como los malos. En el trabajo cuando está todo el mundo a cara de perro, llegas tú con tu corazoncito lleno de alegría, y esa atmósfera se encarga de pisártelo.
ResponderEliminarPor el contrario recuerdo cuando trabajaba en el hotel de Bakio, toda la gente estaba felíz, riendo constantemente, y te transmitían su felicidad. Ellos estaban de vacaciones, con el alma dispuesta al divertimento y al buen humor.
Notabas como el ambiente irradiaba felicidad y era muy fácil absorberla.
He escrito en la siguiente entrada la respuesta a este comentario
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